El origen de la fiesta de las Fallas se remonta a la antigua
tradición de los carpinteros de la ciudad, que en vísperas de la fiesta de su
patrón San José, quemaban frente a sus talleres, en las calles y plazas
públicas, los trastos viejos e inservibles junto con los artilugios de madera
que empleaban para elevar los candiles que les iluminaban mientras trabajaban
en los meses de invierno. Por ese motivo el día de la cremà, momento en el que
arden los monumentos falleros, siempre coincide con el día 19, Festividad de
San José.
En el siglo XVIII, las Fallas se reducían a piras de
materiales combustibles que recibían el nombre de Fallas y quemaban al
anochecer de la víspera de San José.
Estas Fallas fueron evolucionando y cargándose de sentido
crítico e irónico, mostrándose sobre todo, en los monumentos falleros, escenas
que reproducían hechos sociales censurables y crítica social siempre con
sentido del humor.
Valencia, ejemplo de modernidad, puerto del Mediterráneo y
capital de grandes eventos, se transforma en marzo para convertirse en una
ciudad entregada a su fiesta, a la música y a la pólvora.
Las Fallas, las fiestas del fuego por excelencia, se
mantienen desde hace siglos tan espectaculares, desmesuradas y barrocas como el
propio valenciano. En los albores del invierno, la ciudad se tiñe del color de
las flores y de la pólvora para recibir la primavera y a más de un millón de
visitantes, que entre la música de las bandas y el estruendo de las mascletàs
recorren los monumentos falleros, este año más de 700.
La Exposición del Ninot, la plantà, la Cabalgata del Reino,
los castillos de fuegos artificiales, la Ofrenda de flores a la Virgen y la Nit
del Foc, son algunas de algunas de las imprescindibles citas falleras.
Lo más tradicional es recorrer las calles de la ciudad
contemplando las fallas, mientras se disfruta de un exquisito chocolate con
bunyols de carabassa.
El día 15 de marzo empieza la plantà y el 16 a las ocho de
la mañana ya está cada falla en su lugar, más de 700 monumentos algunos de 25
metros de altura.
Como presagio primaveral, las Fallas se viven en la calle
por el buen tiempo que normalmente hace y porque la ciudad se convierte, toda
ella, en peatonal. El sonido de la música festera y el olor a la pólvora y a
las flores acompañan a otro aroma típicamente fallero para los valencianos: el
de los buñuelos. Lo más tradicional es recorrer las calles de la ciudad
contemplando las fallas, mientras se disfruta de un exquisito chocolate con
bunyols de carabassa.
Desde el 1 de marzo en Valencia, todo el mundo tiene una
cita a las dos en la plaza del Ayuntamiento para ver la mascletà, la sinfonía
del ruido. Las mascletà es un espectáculo para los sentidos: se oyen los
masclets, se ve el fuego y el humo y se huele la pólvora, pero sobre todo se
siente la vibración que sube por las piernas y recorre todo el cuerpo.
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