Ya son varios los años desde que la Tomatina pasará a ser
una fiesta "de pago", después de que el Ayuntamiento decidiese
reducir el aforo a la mitad, llegaron a congregarse cerca de 45.000
participantes en 2012, y poner a la venta 17.000 entradas a 10 euros, dejando
el resto para vecinos de esta localidad de poco más de 9.000 habitantes.
En este proceso de privatización y comercialización de la
fiesta, en el que se ha ampliado la oferta festiva con actividades infantiles y
espectáculos musicales, sin embargo, se mantiene inmutable el protagonismo del
tomate y del exceso, ya que se realiza una descarga de cerca de 140 toneladas
en apenas una hora.
La gestión de esta Fiesta de Interés Turístico Nacional, que
el consistorio encargó a una productora para, según el alcalde, tratar de
reducir el "incordio" que supone para los vecinos y rentabilizar la masiva
llegada de turistas, no se encuentra exenta de polémica año tras año.
La adjudicación de la organización de este acontecimiento
tan singular, que nació de forma espontánea como una batalla entre vecinos y ha
logrado perpetuarse contra la reticencia inicial de las autoridades, está
siendo actualmente investigada por la Fiscalía Anticorrupción.
Pero con independencia de los mecanismos internos de la
fiesta, a los que con toda seguridad permanecen ajenos los miles de turistas de
todo el mundo que llegan para vivir una experiencia única, el espectáculo de la
Tomatina sigue siendo un foco de atracción inimitable.
Las calles de Buñol sirven de plató para el rodaje de al
menos una película y un anuncio publicitario; y parte de los ingresos generados
por la venta de entradas se destinan a la ONG india Lokpanchayat, que trabaja
con mujeres en riesgo de exclusión y por la construcción de infraestructuras
hídricas, entre otros proyectos.
El pasado año, por primera vez, la Tomatina se pudo seguir
en directoa traves de internet con varias cámaras fijas y una subjetiva que
llevaba a un reportero a pie de calle.
En apenas una hora, entre las 11 y las 12 horas de mañana,
varios camiones volquete cargados al máximo de tomates esparcen su carga en las
calles de Buñol dejando tras de sí un auténtico caudal de rojo viscoso, un río
de tomates que, también de forma espectacular, desaparece sin dejar rastro
gracias a la coordinación y experiencia de los vecinos.
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